VISIONES DEL CÁNCER
— Experiencia propia —
Como parte de lo que fue mi trabajo de fin de máster, te presento fragmentos en el blog. El trabajo completo lo podrás obtener en formato de libro (PDF) de distribución gratuita y si tras su lectura quieres hacer una donación a alguna ONG cuyo objetivo sea la lucha contra el cáncer; investigación, dotación de recursos, ayuda a enfermos, etcétera. Te lo agradeceremos.
Son las 12:00 de la mañana, allá por un 24 de marzo, el año da igual. El sol está en lo alto, sin nubes de por medio. Es como si todo se hubiera inundado de luz, aire fresco, serenidad y calma. Todo fluye. Había decidido el camino terapéutico que seguir en mi proceso de curación del cáncer, ya determinado el nombre «proceso de curación». Desde el día del diagnóstico en firme me había esforzado para conseguir información, elegir el orden entre cirugía y quimioterapia, dónde me trataría el cáncer (centro público o centro privado) y, cómo no, leer todo lo que uno se pueda imaginar sobre supuestos «grandes descubrimientos censurados por las farmacéuticas». Ya estaba decidido: quimioterapia, radioterapia con quimioterapia y, si quedaba algo, cirugía.
Son las 12:30 de la mañana, decisiones tomadas… Me dispongo a ordenar el lavavajillas. De súbito, al asalto, un miedo atroz se apodera de mí; la respiración se queda en un ciclo interno, entra mucho aire, sale poco, estoy hiperventilando. La presencia de algo terrible es inevitable; en ese momento, eterna. Es miedo, sí. Ahora lo puedo sentir, sin duda es miedo…
Durante años de deporte en la montaña —escalada en roca— he pasado por trances, digamos que duros; miedo a la caída escalando, enredos en pared que parecían no tener fin, como aquella vez en el Naranjo de Bulnes (Arriellú) cuando, aunque subimos, bajar fue otra historia. Una historia que terminó casi en tragedia y con diez dedos literalmente desollados. Episodios que uno superaba aparentemente sin miedo, para luego, en la calma, aterrarse al ser consciente de la dimensión de lo sucedido. Incluso miedo anticipatorio por las enormes paredes de roca que iban a ser escaladas.
El miedo de aquel 24 de marzo era distinto, nunca lo había sentido así. Pero… ¿cómo es que, sin haber sentido un miedo así, sabía que era miedo? Me aparté de la tarea; los platos podían esperar, la vida podía esperar, solo podía sentir aquello tan intenso y distinto, nunca sentido por mí. ¿Nunca? ¿Qué podría ser? Estuve en el salón, abatido, llorando como si no supiera llorar, como si nunca hubiera llorado en mi vida, lloraba mal. Podría tratarse de ese miedo del que tanto hablan los libros de psicología: el miedo existencial, el miedo primigenio que motiva al bebé a modificar su temperamento y esencia con tal de sobrevivir, de continuar existiendo. Sí, decido que aquel miedo no puede ser otro que el miedo existencial, terriblemente hondo.
Son las 8:00 de la mañana de un 6 de abril. Entro en quirófano, me instalarán un reservorio subcutáneo para administrar la quimioterapia sin tener que destrozar las venas. El cáncer se transforma en algo visible, tangible, sin discusión alguna. Está aquí y ha venido a presentar batalla. Ya soy un enfermo de cáncer.
Históricamente, el cáncer está acompañado de la alta probabilidad de morir. De esta forma, la integridad de la persona se ve amenazada en todo su ser: peligra la existencia, el trascender, ganar o perder. La posibilidad de morir hace que uno sienta que puede perder todo lo que tiene —no solo lo material— y todo lo que podría tener en el futuro. En mi caso, el pasado se veía difuminado; te das cuenta del tiempo perdido, de los errores y de los desperdicios de vida cometidos. El futuro no llega hasta muy lejos, desaparecen las medidas naturales del tiempo: años, décadas, veranos e inviernos se sustituyen por unos nuevos; cuando cicatrice, cuando pase el efecto de la quimioterapia, cuando deje la quimioterapia y pase a radioterapia, etc. Un caos tremendo en lo que a percepción del tiempo se refiere; la vida está ordenada bajo la disciplina de las citas médicas, las estancias en el hospital de día, otras terapias (de las que hablaré) y, cómo no, de la psicoterapia en curso.
La temporalidad está en entredicho, ha cambiado. El día a día consiste en atender a la enfermedad cada uno de los 86.400 segundos que tienen las 24 horas. La sensación es terrible; la mente, aun ocupándose de otros asuntos, está asaltada por la presencia del miedo. Te visitan amigos, parejas, hijos, familia; pasan un rato, te atienden, se van, y de nuevo te quedas a solas con el único que no fue invitado: tu cáncer. Ya lo sientes como tuyo, empieza a ser una parte de ti. Mal compañero de vida es el cáncer, quiere echar a los demás de tu lado. En este momento es cuando aparece la Soledad —la pondré en mayúsculas por ser muy distinta a la habitual—. Es una Soledad que podemos imaginar en aquellos que, condenados a morir, son llevados ante los testigos que observarán cómo eres ejecutado. Nada importa: público, amigos, familia… Eres el protagonista y no te gusta. Es una Soledad para la que no hay solución.
El tándem Miedo-Soledad es muy eficiente, el miedo hace que busques amor, la soledad que busques compañía. Ambas emociones (soledad entendida como tristeza) se encaminan hacia el mismo propósito: las relaciones interpersonales. Gestionar todo esto no es sencillo. Si tú estás 86.400 segundos al día acompañado por el cáncer, me pregunto: ¿cuántos segundos están las personas que te acompañan? Posiblemente pocos. No se puede pedir que te acompañen todo el tiempo, sería injusto. El ser humano está programado para huir del dolor. Podrán acompañarte durante ratos, horas, incluso días, pero el instinto de sobrevivencia los obliga a continuar con su vida. Te enfrentas a la Soledad tú solo, y… ¿cómo manejar una soledad intensa? En mi caso, esto fue realmente complicado. Mi vida era una continua soledad funcional, es decir, a pesar de no haber muchas personas en mi vida o de no tener pareja emocional. No me sentía solo. Acostumbrado a la soledad, se suponía que tenía que dominar esta situación; al menos, eso creí. Por primera vez en mi vida me tenía que enfrentar a este tipo de soledad y, aun habiendo sido un gran solitario, el reto que se presentaba era grande.
Hasta ahora no he hecho más que exponer el estado psicoemocional en el que yo me encontraba. Es posible que otros enfermos de cáncer puedan dar un significado más allá de mis palabras. A quienes no han pasado por ello, espero que les pueda haber llegado la emoción, el sentir más allá de lo cognitivo, pues el objetivo de esta propuesta es orientar al psicoterapeuta en la ayuda al enfermo de cáncer, para lo cual considero que este no debe circunscribirse al mundo de lo psicológico, de la psicoterapia; el enfoque debe ser global y de gran implicación. De aquí que tratar a un enfermo de cáncer no sea tarea sencilla, pues requerirá de un esfuerzo extra por parte de todos.
La tríada que se debe tratar es: miedo, soledad y… falta una, tiempo. Para escapar del miedo, el amor es casi la única solución; de la soledad, el amor otra vez. ¿Y del tiempo? El tiempo no se puede estirar o encoger; el tiempo es contundente, cruel, tranquilo unas veces, alocado otras. Podemos sentir amor de otros y esto, sin duda, nos aliviará, nos acompañará y podremos «pasar el rato». En el caso de esta enfermedad, por silente que sea, es omnipresente. Esto provoca que el enfermo sienta sed afectiva de forma constante, pues el Miedo y la Soledad en ningún momento llegan a desaparecer (claro está que cada persona es diferente y cómo viva y sienta las emociones no se escapa a esta individualidad). ¿Cómo solucioné yo estas necesidades? Ante la escasez de amor, opté por un amor que siempre se puede sentir: el amor por uno mismo, el autocuidado. Sentirse a sí mismo frente al cáncer es tomar partido por uno mismo o, lo que es igual, amarse. Además, no delegar la responsabilidad sobre tu curación es, en sí, un gesto de amor sobre y hacia ti —ya ahondaré más en esto como modelo terapéutico—.
Otra dimensión es el tiempo, el futuro ha quedado desdibujado, indefinido; un año puede ser mucho o nada. Mucho si es para soportar la quimioterapia, nada si es lo que te queda de vida. En mi caso, llegué a pensar: «Un año de vida… Bueno, no está mal. Al menos no me voy a morir la semana que viene» y, casi al mismo tiempo: «No lo voy a soportar, seis meses más de quimio y radio… Pero ¡si ya estoy fatal! ¿Para qué continuar?». Durante la enfermedad, algunas de las palabras que más oí fue: «poco a poco». Parece que el tiempo es fundamental en el proceso. Paciencia, esperanza, futuro… Pero el enfermo de cáncer tiene prisa, nadie quiere estar mucho tiempo con esa enfermedad, nadie se saca una abeja de debajo de la camisa de forma pausada y «poco a poco». ¿Cómo manejar la prisa del enfermo? ¿Cómo integrar ese «poco a poco»? Lo pude resolver con el establecimiento de metas parciales que, en mi caso, fueron semanales —aún ahora mi percepción de la vida ha pasado de la unidad «año» a la unidad «semana»—: cumplir los objetivos de la semana, llegar a la siguiente, superar los diez días de bajón de la quimioterapia, «el jueves estaré de subidón». Para mí fue muy importante conseguir esta capacidad: la de trocear el tiempo en unidades manejables, tan manejables que, incluso hoy en día, prefiero la «semana» al «mes». Todo esto no habría llegado sin algo muy importante para mí, y lo pongo todo en mayúsculas: saber que podía ELEGIR. Creo que esta fue la principal herramienta: sentir que realmente podía elegir. Desde el principio, los amigos, los conocidos, elogiaban mi fuerza y me decían: «Eres fuerte, lo superarás, ganarás al cáncer». Nunca lo sentí así, nunca me sentí fuerte, prefería sentir que yo elegía mi camino, vivir, y que sería tenaz con mi decisión. Aun en momentos terribles de flaqueza, cuando la tenacidad, el valor y la fortaleza parecen abandonarte, es la persistencia de la tenacidad la que viene a recordarte que un día hiciste un contrato contigo mismo. En ese contrato solo existía una cláusula, ¿la adivinas? Efectivamente: vivir.
A continuación, expongo distintas formas de contribuir al proceso de curación: desde la psicooncología hasta las lecturas de experiencias vividas por enfermos de cáncer. He elegido títulos emblemáticos, pues la literatura al respecto es muy amplia. El cáncer es un tema de gran significado social, más aún ahora que están despuntando las estadísticas sobre la prevalencia de esta enfermedad.